14.6.21

LITERADURA 21 - Cantata

                           
Fotografía obtenida en Internet.

TODOS LOS NIÑOS, TODAS LAS TIERRAS

(Introducción)

Cuando la prepotencia y la codicia
cabalgaron de Norte a Sur
llenó de sombra la existencia
con la espada y la cruz.
Cuando el filo fue en vano
los cuerpos de madera y barro
de alcohol y peste llenaron.
Cuando cambiaron las vidas por oro
y orejas por tierras sin barreras,
y la sangre se convirtió en bandera.
Fueron los niños indios escondidos por el viento
convertidos en árboles y tiempo
inmortales en silencio
los que viven ayer y hoy.
Nadie escucha, nadie escucha
qué sendero caminamos
si negamos a quien los construyó.
Nadie escucha, nadie escucha
si nuestra burla ignorante
los reniega hasta hoy
todos somos niños indios
nuestra sangre así lo enseña
que crecimos de la tierra
es engaño y no reseña
que las razas son refugio
de injusticias y traiciones
que pretenden doblegar
nuestro espíritu ancestral.
Ahora escuchen, ahora escuchen
no se dejen engañar
ahora escuchen bien atentos
lo que vamos a cantar:

Interludio musical

(Primer pregón)

La codicia en viaje sur, tu legado despreciaba
y al Likan Antai aniquilaba.
Nadie te llama por tu nombre
en la mesa de tu vida;
sólo ¡Chango!
despectiva la mirada del verdugo,
ignorante del secreto
que trajiste desde alta mar

Niño chango

Niño chango, rostro de arenal
hija de la niebla, criados por el mar.
Piel de escama, dientes blancos
corres por la orilla; baños de agua y sal.

Donde el Loa termina su sueño
jugaste con el atacameño
en el ancestral mercado
del maíz y el pescado.

Niño chango, pies de aletas
caminaste hasta el Sol.
Niña chango tez oscura
te dormiste y la arena te acunó.

Sonrisa de delfín, regresaste
espalda de roca, te quedaste.
Voz de temporal son tus dominios
volviste como niebla, ola en remolino.

Interludio musical

(Segundo pregón)

Las bestias y sus cabalgaduras
crucificaban los valles fértiles.
Y no había ninguna espesura
que ocultara a la gente de greda.
Cruzaron la existencia casi entera
en una victoria anticipada,
y la gente de la tierra
levantó un muro con sus cuerpos;
cientos de años indómitos
de piedra contra acero.

Niño Mapuche

Ruca vegetal antigua
historia en la sien,
la era; justicia exigua
canta boca de pehuén.

Hijo, tierra e idioma
tu madre aseguraba
que serás potro sin doma
nunca olvides Curalaba.

Eres herencia latente
Caupolicán y Lautaro,
el mismo canto presente
Galvarino y Pelantaro.

Niño Mapuche, lonko seguro
que no te confundan banderas
la casa es toda; tierra futuro
para quien la comparta entera.

Interludio musical

(Tercer pregón)

Dieron vueltas por el mundo;
otras manos, la misma muerte.
Tierras sin dueño robaban,
cuerpos puros enfermaban.
El padre Selknam de boca asesinado,
la madre Aonikenk su cuerpo avergonzado,
los hijos yamana y kaweskar
convertidos en esclavos.
Las calles australes inmaculadas
tienen nombres de asesinos.
El hombre antiguo en estatua,
sólo el viento conoce el destino.

Universo austral

Caminantes y canoeros
universo austral,
dueños del frío y los canales
Herencia ancestral.

Niños desnudos, pasos gigantes;
piel de coraza,
risa perpetua, fueron felices;
canoa casa.

Pureza desorejada
no alcanzaste el Hain,
codicia rubia y predica ciega
buscaron tu fin.

Kren te elevó
y ahora eres viento,
transmutaste inalcanzable
hay furia sin lamento.

Interludio musical

(Cuarto pregón)

El olvido con memoria, no es lápida
sino bruma espesa.
Deben creer en su historia
y no caer en la torpeza
de que hay sólo una verdad,
hay que disipar la era
y reconstruir identidad.
La codicia se quedó sobre el tiempo,
una amnesia salva el traspié;
no se queden inconclusos, observantes
recién empieza el hacer.
No es volver sobre la sangre
o los caminos originales,
si esta tierra tuvo madre y padre
hijos e hijas tiene repartidos,
no es sólo buena intención
es tarea y es canción;
todos somos niños indios
nuestra sangre así lo enseña,
este suelo es nuestro rostro
hay que juntar todas las tierras

La saya del norte con vientos del sur

Bailando y cantando
con sones morenos,
la saya del norte
con vientos del sur.

Soñaron los niños
con bosques de nube,
serpientes de agua
y piedras de hielo.

Con niños de arcilla
de mar y de fuego,
cantando a la tierra
y bailando con ellos.

Dejaron la pampa,
la costa y la puna;
el Atacameño
el Chango y Diaguita.

Viajaron cantando
con la camanchaca,
llevaron arpones,
ponchos y llamitas.

Caminos antiguos
guiaron su viaje,
labrando, soñando
creando los surcos.

Bailando y cantando
con sones morenos,
la saya del norte
con vientos del sur.

Cruzaron los cerros
y muchas quebradas,
hasta que el desierto
por fin floreció.

Llegaron con quinoa,
maíz y pescado,
regalos que el peñi
feliz recibió.

Al son de trutrucas,
pifilcas y trompes
bailaron la saya
en el guillatún.

En las rogativas
la Machi pedía
fortuna pal viaje
a tierras del Sur.

Sigamos, soñemos
juntemos las tierras,
niño indio amigo
con bombo y kultrún.

Bailando y cantando
con sones morenos,
la saya del norte
con vientos del sur.

Y grandes fogatas
llegan hasta el cielo,
alumbran la Luna
y todos los canales.

Niños en canoas
cantaban felices,
llegaron por fin
A tierras australes.

En el fin del mundo
hicieron la ronda,
Selknam y diaguitas
Changos y yaganes.

Mapuches, tehuelches
y atacameños
kaweskar, rapa nui,
chonos y aymaras.

Ya son una sola
juntamos las tierras,
niño indio hermano
norte, centro y sur.

Bailando y cantando
con sones morenos,
la saya del norte
con vientos del sur.


Nota: este audio fue grabado en 2005 por la agrupación folclórica
infantil Camanchangos. El texto que está en este blog tiene algunas
modificaciones menores respecto del texto original. Los arreglos
musicales y corales son de Carolina Muñoz Gómez.

3.9.18

PERIDIOTISMO 5 - Crónica



El Ejército de Profesionales
(Noroeste argentino, Chaco salteño)

    Cuando el pequeño ejército de profesionales se instaló en Tartagal para intervenir en los territorios de los Pueblos Originarios del noroeste argentino, muchos de sus miembros sentían que marcarían la diferencia, que habría un “antes y un después” en la calidad de vida de los “indígenas”; como si la certificación universitaria les diera la potestad de semi-deidad, que con el solo hecho de intervenir en las comunidades algo pasaría; una disipación de malas energías, o un milagro del racionalismo; que a través de oraciones bien estructuradas e ideas claras se reordenaría la situación alimentaria que afectaba a las personas de la zona. Y así, la primera noche de su  arribo, se durmieron en sueños íntimos de satisfacción y heroísmo profesional.
    Se esparcieron por el territorio, entraron en cada choza y rancho que vieron, entrevistaron e interrogaron a toda mujer y hombre que encontraron, miraron con muda compasión a los niños descalzos que corrían jugando, se impresionaron con la ropa tirada en el suelo que se usaba como colchones en las viviendas, se impacientaban ante las voz baja de las mujeres que apenas respondían, se horrorizan con la delgadez de los perros. Preguntaron por despensas inexistentes, cuestionaron la prioridad de comprar gaseosas, se molestaron por la falta de civilidad ante la inexistencia del documento de identidad y ante la carencia de urgencia de obtenerlo e interpretaron la malnutrición infantil como una situación originada en la “falta de civilización” y en la desidia e ignorancia de los padres.
    Aconsejó y sentenció; “usted debe consumir aceite de oliva que es de mejor calidad”, con mucha sapiencia, una nutricionista a una mujer wichí que la miraba con misericordia.

PERIDIOTISMO 4 - Crónica




El Destierro
(Noroeste argentino, Chaco salteño)


Hay de todo, le dijeron; medicamentos, comodidades. También buena comunicación con el resto del área operativa, le aseguraron. Teresa no lo pensó tanto y partió a El Destierro a hacerse cargo del puesto sanitario. Apenas llegó a su nueva designación se percató de que sólo había la necesidad de que alguien se hiciera cargo del lugar. El resto no existía.
            Los habitantes de la zona son mayoritariamente criollos quienes le piden soluciones a sus dolencias, a sus heridas de hacha y a los partos que no podrán ser atendidos en el hospital. Ella trata de asimilar las experiencias de las parteras del paraje e intenta fallidamente interactuar con el curandero con quién comparte funciones implícitas en un lugar donde la cercanía con la “civilización” es surrealista.
            Durante el invierno El Destierro está a cincuenta kilómetros de Rivadavia Banda Sur. Apenas comienzan las lluvias y el Teuco y el Teuquito desbordan, la distancia se multiplica por diez. Con algo de suerte se puede acceder vía Provincia del Chaco haciendo un rodeo inmenso.
            Teresa consigue agua potable de la escuela y se alumbra con velas. Cada vez que viaja para su descanso logra traer algunos medicamentos y alimentos. Una vez logró salir en medio de una inundación caminando varios kilómetros con el agua hasta su cintura. Mientras arrastraba una chalana en donde iba su pequeña hija, pensaba que ya era suficiente, que no era justo exponerla a tanta peripecia pero su corazón de enfermera disentía. Cuando los caminos están transitables puede ir y volver en camioneta; el viaje le cuesta una cuarta parte de su sueldo que no sobrepasa los dos salarios mínimos.
            Teresa no se quedará para siempre en El Destierro pero todavía no se va. Ella quiere que sepan que no tiene miedo, que no tiene angustia pero también que no perpetuará el abuso y la desidia.
            Así se van sucediendo las estaciones, el verano con las lluvias eternas y el invierno con la polvareda y la sequía, y su pequeño rostro con su perpetuo gesto de sorpresa no sabe gesticular la derrota.
           

PERIDIOTISMO 3 - Crónica




El río Confuso
(Noroeste argentino, Chaco salteño)

Hay un Río, el único en el planeta, que hace lo que se le ocurra. Al no tener contrato con el mar, modifica su cauce a su antojo convirtiéndose en varios ríos, en lagunas, en un gran humedal que le da un respiro al suelo empobrecido del Chaco Salteño. Cuando se retira le encarga a sus hijos; los mal llamados madrejones, que entreguen su agua a los animales y a las personas que habitan su cuenca que es la única forma de obtenerla sin que contenga arsénico, sea salada o esté contaminada con hidrocarburos. Eso el Río lo sabe, por eso se expande e inunda. 
Es indiscutiblemente el sostenedor de la vida. Nace como río de montaña y se propaga en un abanico generoso creando un hermoso y delicado sistema natural que los seres humanos están a punto de destruir irremediablemente. Río Confuso también le dicen. Él no viene del Amazonas; es un amauta de los Andes que transmuta de piedra a arcilla, que lleva el conocimiento necesario para existir.
La evangelización, la escuela, el azúcar y la harina refinada modificaron el entendimiento de los habitantes originarios. El espíritu del lenguaje antiguo, que permitía entenderse con la diversidad de la naturaleza, ya no está presente. Las actuales generaciones de habitantes casi no entienden al Río, sólo escuchan su cauce, reaccionan a sus crecidas, pero ya no interpretan sus mensajes. Todavía es generoso y le otorga sus peces a quien lo necesita aunque cada vez es menor la ofrenda.
En su grandeza es frágil; porque su existencia es una simbiosis entre la lluvia, la vegetación y las personas que habitan su territorio y todo está trastocado. La desforestación es una plaga que no se detiene. Los tractores, como langostas de  acero, arrasan el monte para obtener espacios para el monocultivo, terrenos que en el corto plazo se desertifican porque los suelos quedan envenenados por el uso de poderosos pesticidas. Al poco tiempo no se vuelve a escuchar el llamado de los árboles al Río y este va perdiendo su razón de ser.
Los blancos, los autodenominados chaqueños o criollos se relacionan con el suelo y su entorno inversamente proporcional de cómo lo hacen los originarios. Cercan los territorios como si existiese alguna diferencia entre ambos lados de la verja y configuran su futuro, contradictoriamente, en forma estática, pero el Río no lo es. Le han hecho canciones porque reconocen su poder. Una de ellas dice:
"… y puedes echarte a andar por cauces nuevos, y paga tu libertad mi sufrimiento. Porqué te vas a llevar lo que más quiero; mi sueño, mi realidad y los recuerdos. Desbordas pagando mal mis sentimientos…"
Río Pilcomayo, así se le conoce “oficialmente” y `por su torrente viaja su pena, su enojo y su incertidumbre.

PERIDIOTISMO 2 - Crónica



La maldición de Julia
(Noroeste argentino, Chaco salteño)


La maldición de Julia es ser bonita para los hombres criollos. Muchas mujeres wichís tienen una estampa hermosa y rostros bellos pero ella tiene la simetría del estándar occidental. Todavía conserva la inocencia cuando mira de reojo o se avergüenza ante una pregunta y su boca se contrae sutilmente. Tiene dos hijos blancos, descendencia de la violencia sexual, de la intimidación sistemática que no se puede comprobar en un tribunal. Ella también es hija de la brutalidad; creció con la deforestación, con la transformación forzada de su cultura, con la mutilación del porvenir transformado en un derrotismo generacional. Ella sabe sobrevivir en la precariedad del humillado, se asume inferior, sumisa y se sabe bonita ante quien la adula con comida u otro regalo. No hay hombre que la escoja pero siempre es deseada.
A Julia le falta mucho para llegar a los treinta años. Vive, junto a su hermana, en la periferia de su comunidad. Ella es una excluida, sin derecho a compartir el alimento de otros.  Sólo puede tomar lo que le otorga su marginalidad.
Pudo conocer la capital de la provincia, pudo saber lo que era caminar en el asfalto y experimentar el ruido y los olores de la modernidad. Arribó a Salta acompañando a su hija menor, trasladada de emergencia para ser recuperada de una desnutrición extrema. A la pequeña la rehabilitaron sin contexto; la llenaron de nutrientes que ya no existen en el lugar donde inevitablemente debía volver.
A Julia se le acusa de abandono, de no querer alimentar a su descendencia, se le amenaza con judicializarla, le dicen que debe ser una buena madre, se le recuerda constantemente haber dejado a su hija recién nacida a un costado de su choza en un gesto de amorosa eutanasia que nadie comprende.
Julia se sienta en el suelo junto a su fogón con su hija prendida a su teta vacía. Mira fijo, observa sin odio y comparte un silencio profundo que a la mayoría desespera.

18.1.08

LITERADURA 7 - Cuento

Fotografía obtenida en Internet.

LA ALMACENERA, EL LECHERO Y UN CABALLO FELIZ
Edelmira producía ahogos a todos los que pasaran muy cerca de ella. Cuando su reflejo era absorbido por los vidrios de las mamparas aparecía la visión exacta de su cuerpo sólo inadvertido por ella misma. Su figura se reivindicaba en esas catedrales traslúcidas profanadas por el polvo del desierto y las miradas indiscretas de los que escrutaban desde los largos pasillos de las casas.
Desde temprano, el paso de las carretas rompía las delgadas costras arcillosas. Iban cargadas de durmientes, agua o con las mercaderías desembarcadas en los muelles. Eran descoordinados escarabajos de madera y hierro que se mecían entre las piedras y los hoyos.Edelmira tenía un pequeño puesto en la antigua calle Nuevo Mundo, en la esquina del Liceo de Niñas. Vendía verduras, azúcar rubia, huevos de parina, chancaca en bolsas de caña y charqui de burro. En las mañanas, al comienzo del verano, el almacén apenas se hacía notar entre los vapores de las cocinerías y la luz amarilla que se colaba entre los ángulos de los cerros.
Antes de las ocho de la mañana el sol recostaba su panza liza sobre los techos. Las liceanas —con sus rostros chatos y sus libros desteñidos— redoblaban el paso sobre la tierra de la calle Bolívar. Casi ajena a esa encrucijada de apuros, Edelmira salía a barrer su pequeña porción de suelo. En esos instantes, cuando el vaivén de la escoba apenas dejaba notar sus pantorrillas perfectas, el viento doblegado por los reflejos cobrizos de su cabello se quedaba haciendo coreografías con el polvo de la vereda Y los veleros apiñados en el fondo de la calle giraban imperceptiblemente para que sus mascarones supieran que su propia belleza también estaba en la tierra; en esa musa que hacía flamear su vestido recatado y su cara de mármol tibio sonreía con mesura ante la envidia de la cordillera cercana que añoraba la hermosura de sus pechos. En esos instantes el tiempo se enlentecía y un olor a frutas desconocidas hacía olvidar sus nombres a los que pasaban frente al puesto de abastos. Incluso más de una vez la señorita Lucila Alcayaga rompió su tránsito monótono hacia el Liceo de niñas y desde la comisura de sus ojos, por un instante, detuvo su desdicha de amanecer un día más en esta ciudad seca y embrutecida. 

 Edelmira era un espejismo de alegría que hacía la vida más placentera a los personajes de la esquina de Nuevo Mundo y Bolívar. Para Sotirio Tatanópulos era la fuerza que le permitía cargar su carreta con tachos abarrotados de leche como canastos olorosos de rosas ofrendadas a la princesa de caderas semejantes a duraznos rosados, de besos fantasiosos que debían tener el dulzor de las confituras de su recordada Naxos. 
El griego comenzaba sus faenas muy de mañana, dejándose llevar por su caballo sonámbulo hasta las lecherías en las afueras de la ciudad. Su cuerpo gigante se recortaba sobre la luz celeste de la madrugada formando el perfil perfecto de una gárgola; con sus brazos rectangulares y sus hombros de animal de carga. El griego soñaba con sentir las manos de Edelmira en sus mejillas ásperas, se ensimismaba en sus pensamientos de amores perfumados mientras avanzaba por los adoquines con su carreta que olía a vinagre y a quesos inverosímiles. Un poco después de las nueve de la mañana, casi al terminar su reparto, Sotirio llegaba hasta el almacén de su enamorada con el corazón a punto de salírsele por el ombligo. Se bajaba de la carreta con ademanes de indiferencia pero miraba de reojo con la esperanza de que ella lo observara. Agarraba las orejas de las tinajas con fuerza y rapidez, mostraba su rutina de hombre trabajador, lucía sus gestos de fortaleza. Edelmira lo recibía seria y amable, le indica con frases cortas donde quería que le dejara las jarras con leche. Sotirio no se atrevía a pronunciar ninguna palabra que no fueran las que siempre se utilizaban en ese rito comercial que se prolongaba por más de un año; ni pensar en un piropo o algún monosílabo irreverente. El griego siempre prolongaba sus visitas comprándole cosas inútiles que Edelmira atendía tan eficiente como el expendio que realizaba el griego con la leche. Ya no recordaba cuántos días iguales habían pasado pero su amor era incondicional, ciego y terco. Se preguntaba cómo darle un regalo, una señal de respiro, una expiración de la angustia. Edelmira no sonreía ni expresaba dolor, ordenaba constantemente sus pocos productos con reverencia y suavidad absoluta.
—Deme, por favor, zanahorias, quiero comprar zanahorias— repetía Sotirio con su acento mediterráneo.
—Elíjalas usted, si no es molestia— le contestaba Edelmira mientras ordenaba algunas cajas de fósforos.
El griego tomaba unos atados y se los entregaba en las manos, ese segundo era el único contacto entre ellos, presionaba sus labios y trataba de crear algún conjuro para que sus ímpetus inocentes pudieran multiplicarse a través de ese puente de color a tarde para que ella sintiera
Su amor infranqueable.
Como siempre, después de pagar, ponía la mercadería en su carreta para luego, sólo algunas cuadras más allá, darle las hortalizas al caballo y cambiar, de vez en cuando, algunos alimentos por tabaco o alguna piedra
de asentar.
Estaba de espaldas al puesto, cargando su compra, cuando escuchó la voz de Edelmira:
-¿Por qué siempre me deja más leche de la que le compro?-Sotirio sintió que un filo le abría la espalda y le arrancaba para siempre el anonimato de su cariño. En ese instante deseó que su jamelgo fuese un campeón arábigo para salir corriendo hasta el final de la calle, sintió su garganta seca y sus palabras se tropezaron hasta quedar convertidas todas en consonantes. Giró y vio el cuerpo musical dentro de ese vestido puritano. Tenía los brazos cruzados y su cabeza algo inclinada, lo miraba con sus pupilas infinitas y casi le sonreía con los ojos. Su pelo largo resbaló por su frente y tapo la mitad de su cara. Edelmira pasó su mano por su rostro como reprendiendo con dulzura su mechón de fuego nocturno. Sotirio balbuceó algunas palabras en griego. No le entiendo –continuó Edelmira- dígame, ¿por qué siempre elige las peores verduras, las frutas casi podridas, los charquis rancios y los Cochayuyos apolillados?
El griego sentía cómo se le coagulaban las piernas y los ojos se le convertían en esferas de arena.
—Se, se, señorita Urbina... me gusta... me gustan así las cosas, yo soy algo extraño, en mi tierra las cosas se comen así... no crea que yo... la carne seca y vieja se come con leche... es una comida típica... señorita Urbina-. Edelmira todavía estaba con sus brazos cruzados y sus labios comenzaron a contraerse formando una medialuna de marfil y pétalos rojos. Sonreía por primera vez desde que había llegado a Antofagasta. Miró la estampa del griego y era la misma figura de los pampinos reunidos hace cuatro años atrás en la plaza de Iquique; recordó la carreta que le sirvió para salir escondida debajo de unos sacos en vísperas de Navidad. No pudo evitar un estremecimiento cuando volvió a su presente los días en que estuvo oculta en el gremio de los panaderos. Su rostro se endureció inevitablemente mientras la estampa de Sotirio se convertía en nebulosa y volvían a empujones las imágenes de las metralletas recién estrenadas por el ejército, los cuerpos remachados al suelo por la muerte convertida en ráfagas y la humanidad de su esposo entremezclándose en el anonimato de los salitreros que esparcían su existencia en las calles del puerto y en la escuela Santa María.
Edelmira Urbina tenía sobre su vista un velo de nubes saladas y por sus mejillas se licuaba la escueta alegría que sólo algunos segundos antes se había reconciliado con su rostro. Sentía una madeja de cardos en su pecho; la soledad de noches jóvenes, el amor perdido en la agonía de una huelga, todos los inviernos de luto entumecido y ahora, de una forma extraña y placentera, la hombría cruda del griego con su rostro de niño castigado le devolvía su pasado comprimido en un golpe voraz y definitivo.
Sotirio sintió que un maremoto amargo barría con sus más sinceras fantasías; tuvo la certeza de que nunca pasearía por la plaza un domingo por la mañana con Edelmira aferrada a su brazo y que las miradas de envidia de sus paisanos se convertirían en burlas paganas. Casi no pudo contener la pena transformada en una nuez que le cruzaba la garganta al darse cuenta que esa piel de fécula perfumada nunca lo despertaría de los ruidos de sus sueños. El pobre griego miraba incrédulo como Edelmira contraía su llanto en voz baja, intentó acercársele para tomarle ambos brazos, pero el gesto repentino se convirtió en una estrategia torpe y descoordinada que reprimió rápidamente y se quedó con sus manos de gorila extendidas frente a ella.
Ambos parecían piezas de ajedrez imposibilitadas de continuar moviéndose. En ese preciso momento, Sotirio izó su convicción hasta lo más alto de su cordura y en un arrebato de escaramuza habló tan rápido como le permitió su castellano maltratado.
—Señorita Edelmira, yo la quiero mucho, se lo digo desde aquí—tocándose el pecho con las dos manos, ¡la amo!.
El griego la contempló con toda la dulzura que podía gesticular bajo sus cejas enmarañadas, convencido de que su amor se convertiría en una epidemia de ternura que contagiaría indefectiblemente a esa mujer perdida entre sus fantasmas indestructibles y sus ánimas de confusa buenaventura. Acercó, despacio, su humanidad de rinoceronte a la frágil estampa adolorida de Edelmira quien en un suave movimiento cruzó sus manos sobre sus muslos, se encorvó levemente y bajó su cabeza alejándose de sotirio.
El griego no supo qué hacer; tanto tiempo de procesión hasta ese almacén contraído entre la tierra y el ruido de la calle. Tantas mañanas llenas de fe esperando el milagro de una palabra distinta, de un gesto vago e indescifrable que le hubiera permitido elucubrar alguna pequeña ronda de gozo. A desprecio de su estigma de inmigrante tardío experimentó la apatía del destiempo, maldijo su paciencia de abandonado sin opción mientras fruncía el ceño de pura pena y apretaba su mandíbula para que no se escapara alguna apelación sin esperanza.Sotirio Tatanópulos tomó las riendas de su caballo, se ubicó frente a su carreta y comenzó a caminar calle arriba. Avanzaba como el único sobreviviente de una legión derrotada en tierras extrañas. Su tristeza se solidificó en todo su cuerpo al pensar que esa mujer, que le había hecho perder el sinsentido a sus días de lechero peregrino, ni siquiera sabía su nombre, que —en realidad— sólo fue uno más de los despreciados que perdió el rumbo cuando pasaban frente a Edelmira.
Sus pasos se coordinaban con los del caballo en un solo casqueteo Sobre los adoquines. Algunos metros más adelante se percató, en forma incrédula, que la silueta de su venerada almacenera detenía la marcha de la carreta tomando las riendas del caballo muy cerca del hocico. En su otra mano traía una mata de zanahorias frescas y lustrosas, tomo una y se la ofreció al animal.
—Yo lo he visto cuando usted le da comida después que se va-.Acarició suavemente la cabeza del caballo y miró al griego pasmado con sus ojos de almendra aún húmedos por los recuerdos.
-No se olvide de la leche de mañana, si quiere puede venir más temprano-.Edelmira caminó hacia la esquina de su calle. Su vestido se movía alegremente mientras limpiaba, con su sombra de medio día, las huellas de la pena del griego sobre las piedras gastadas.
Sotirio se montó en su carreta y chasqueó con mesura las bridas. Cuando estaba por doblar hacia la última calle, comenzó a tararear espontáneamente la misma melodía que cantaban sus compatriotas el día que salieron de Naxos para cruzar el Atlántico. Los choques que producían las tinajas vacías sonaron a suspiros y vítores.

4.1.08

LITERADURA 2 - Mario Bahamonde Silva

Mario Bahamonde Silva (1910 - 1979)

CALAMA

Casi una orilla del desierto vivo,
casi una verde ola de fantasmas,
casi un barrio de Chuqui con el alma
de un campesino casi sorprendido.

Una estación el tren en el camino.
Choclos y pólvora, río y alfalfa.
Te defiendes del frío de la pampa
con el ala del poncho de tu vino.

Casi cordillera en tu olor a puna,
casi un nombre solo en sitial de gloria,
casi una flor rubia lejos del mar.

Calama, casi sueño, casi lucha,
hay en tu casi mudo, casi boca,
un pueblo verde con raíz de sal.

TALTAL

Cada noche de amor Taltal despierta
en su insomnio de viejo aventurero
para llorar de sed por el viajero
que sembrará una estrella ante su puerta.

Pero todo se fue: el sol, la huerta,
el cateador, el loco y el minero,
apenas quedó junto al salitrero
sobre la playa una gaviota muerta.

Una rosa de paz en la bahía,
la costa abrupta, la melancolía
de un atardecer: piedra, cerro, alma.

Y hay tanta sed entre su calma
que el mar sobre la arena se recuesta
para no desvelarlo de su siesta.



LA DUDA

El rostro de ella adherido al suyo, ansia voraz, intensamente adherido, delirio posesivo, boca con boca respirando el reciproco jadeo, el ardor reptándole más adentro de la piel, sudorosos, el cuerpo de ella huyendo de sus manos ávidas, las piernas entre piernas, incendio, locura, exterminio, boca con boca, ganas de hundirse hasta la médula de la vida en esa vertiente de la hondura carnal, delirante en el ardor de la sangre revuelta, él sintiendo que los hombros de ella eran suyos, suyo, suyos, sus senos suaves, ella entera en él y él íntegro en ella, solos, el volcán del placer y el desesperado braceo de la existencia, el manantial de la vida surgiendo desde las entrañas del deseo para la gloria del amos, ¡ay!, ¡oh, mujer!... Hasta que de repente el ovillo de los dos cuerpos estrujó los espasmos, deshaciendo sus ríos tibios en el acompasado declinar del más intenso goce del ser.
Hizo un esfuerzo a pesar del rescoldo de las ganas de permanecer así y pasó por encima de una pierna de ella para tenderse luego a si lado, muy cerca aún, sintiendo en el hombro, en el brazo, en la pierna, las últimas delicias del contacto. Pensó que había nacido para esa plenitud. Miles de años de existencia pesaban sobre su satisfacción. Era la vida misma empujando a la vida en la desesperada carrera, él era un murciélago vampiro, un delirante, la llamarada, el asedio, la eterna médula del amor.
Permaneció así, tendido a si lado, lo que le pareció un lapso fugaz. Empezó a flotar en la calma de la nada rumiando los hilvanes de un desvarío que se desvanecía en la semioscuridad vesperal del cuarto. Apenas divisaba a su lado el perfil con algunos cabellos revueltos sobre la frente y ese dejo de intimidad flotando en el dibujo de su silueta. Ella era su orilla , su tierna orilla en ese momento y, morándola en el juego de la nada quería llegar has su piel y penetrar más adentro, hasta averiguar el secreto de esa calma o de esa nada.Una vaga tristeza lo condujo hasta el laberinto del hambre. Percibió el vaho del amor flotando en los olores sexuales y un airecillo de pena le conmovió un vago anhelo de pureza. Luego le sobrevino la duda."¿Satisfecha...descontenta... desengañada...indiferente?, pensó con tenues sombras en sus cavilaciones y esas gotas ácidas penetraron por las grietas de la duda. La miró. Lentamente desvió si rostro hasta recortar por completo el dibujo del rostro de ella que en ese momento se había vuelto hacia él. Le apreció que un susurro de tristeza le reprimía una lágrima. Se alarmó. "¿Realizada?"... ¿frustrada?..." Escarbó en sus dudas. El hombro de ella, el brazo, la pierna estaban ahí rozando aún la delicia de su cuerpo, era ya no adherido sino simplemente al lado, en un contacto ausente, a las puertas del sueño. "¿Mala experiencia?... ¿buena experiencia?...", insistió caviloso. Tornó a mirarla, ahora de perfil, exhalando esa madurez de mujer en cuya belleza él había puesto todo el amasijo de sus ruegos, lágrimas y angustias.
Sin embargo, luchó por tranquilizarse, por no dejarse vencer por esa duda. Pensó que era absurdo insinuar siquiera esa duda. ¿Quién sería capaz de revelársela? ¿Y para qué?
Insinuó un ademán de besarla y ella le ofreció unos labios que parecían fríos, remotos. Se levantó. Se vistió lentamente mientras ella continuaba en esa ausencia inescrutable. Al despedirse, le preguntó:-¿Te vengo a ver el próximo viernes?... ¿en la tarde? –agregó.Ella esbozó una afirmación sin pronunciar ni una palabra.El partió con el corazón frío y la sangre herida por esa duda que de todos modos lo había mordido entre la carne y el presentimiento.

(La Duda. Páginas 75, 76 y 77 de "Derroteros y Cangalla")

LITERADURA 1 - Prosa poética

Fotografía obtenida en Internet.

Cada vez que me dan ganas de escribir pienso en una historia inteligente y trascendente, en los supuestos “golpes de genialidad” que podría tener el relato en su estructura narrativa y las imágenes nunca antes descritas donde el lector no tendría oportunidad de adivinarlas.

Cada vez que empiezo a escribir algo con comienzo de novela pero con el apuro de un cuento, me invade la incertidumbre. Pienso en la industria editorial, en los que aprenden a publicar y no aprenden a escribir y en las excelentes personas que serán malos escritores. La incertidumbre me revuelve un poco las tripas, me siento como traicionando algo o a alguien y me lanzó a tratar de vivir lo que en un momento me dio ganas de escribir. Por eso estoy lleno de relatos inconclusos y de poemas truncos, y de seguro nunca seré escritor pero continúo con mis historias, varios párrafos escritos con la cara, con los pies, los puños y algunos con el corazón. Presiento que estoy cambiando al mundo aunque nadie se ha dado cuenta de eso todavía.

3.1.08

PERIDIOTISMO 1 - Crónica

Por simple sincronismo de las existencias humanas, por la influencia gravitacional de los planetas cercanos al nuestro o por simple mala cueva, en un viaje de retorno desde Tocopilla a Antofagasta, en las semanas posteriores al terremoto de fines de 2007, dos vehículos 4x4, de esos bien onerosos, se encontraron en el cementerio de Gatico, antiguo camposanto abandonado por el tiempo, por sus deudos y por los que se dicen defensores del patrimonio nacional.

Los pasajeros de ambos vehículos pertenecían al grupo de chilenos que fueron por opción u obligación a Tocopilla a ejercer sus oficios, conminados por el terremoto. Un grupo pertenecía a la estirpe de los altruistas; buenas personas que con o sin viático acudieron en ayuda de los necesitados (entiéndase terremoteados, derrumbados y abandonados). Estos pertenecían a Word Vision; institución que promueve el cambio de vida de los niños más postergados a partir del mágico gesto de depositar unas poquitas lucas en su cuenta bancaria, las mismas que llegarán a las manos de los infantes pobres (connótese pequeños(as) de tez morena, pelito negro y con los moquitos colgando). De esa forma, el mundo mejorará y todos seremos más buenos (eso dicen ellos).

El otro grupo de chilenos (entiéndase del otro 4x4 oneroso) eran del lado oscuro, funcionarios de una empresa de seguros que fue a la ciudad a “liquidar” a los que habían adquirido seguros contra sismos. Estos personajes poco queridos tenían la penosa y escatológica tarea de decirle a sus clientes que, en realidad, el titular de sus seguros era del banco que les había dado el préstamo hipotecario y que, lamentablemente, no recibirían ni un solo peso para reparaciones o reconstrucción, y que el banco sólo se haría pago del seguro a cuenta de la deuda hipotecaría que ellos todavía tenían (si no lo entienden, no importa. El tema es que eran emisarios de noticias peores que el mismo sacudón telúrico). Estos últimos venían transitando por la carretera cuando se percataron de que los “chicos buenos” (entiéndase los de Word Vision) estaban dentro del cementerio histórico “sacando” algunos recuerditos históricos, nada trascendentes por lo demás; algunas estatuillas religiosas del tiempo de la industria del salitre, y otros adminículos de difícil determinación. Los “chicos malos” (obviamente los liquidadores de seguros) detuvieron su vehiculo intempestivamente para conminar a los Word Vision Kids a que devolvieran inmediatamente esos objetos a sus lugares, que el cementerio era un espacio protegido (al menos en la letra), un lugar patrimonial, que ese acto era un saqueo irresponsable a la cultura nacional y que si hacían caso omiso al cívico llamado de atención, serían denunciados inmediatamente a las autoridades respectivas. Los chicos buenos, con cara de “si eran sólo unos souvenires terrosos sin importancia”, devolvieron los objetos.

Los chicos malos continuaron su camino. Nunca se sabrá si los chicos buenos, en el amparo de la soledad del Desierto de Atacama, volvieron a sacar esos objetos “sin importancia”, una vez que los chicos malos se perdieron en la lontananza.

Este hecho es irrelevante para la crónica medial nacional. Una pequeña anécdota de los caminos del Norte de Chile. Apenas una reflexión, bastante cliché por lo demás… a veces hay tipos malos en causa buenas y viceversa… eso dicen… pero da igual.